El legendario quarterback de 42 años se marcha tras 20 temporadas y seis Super Bowl. No se retira: suenan fuerte Tampa Bay Buccaneers y L.A. Chargers.
“Aquí nacieron mis hijos, aquí se acogió como a uno más a un chico de California como yo. Os abrí mi corazón y vosotros me abristeis el vuestro. Intenté siempre representaros de la forma más honorable y peleé siempre junto a mis compañeros para alcanzar la victoria incluso en las situaciones más adversas“. Es un extracto de una carta abierta que ya es historia del deporte estadounidense.
En ella Tom Brady anuncia que deja New England Patriots. La gran dinastía, el equipo perfecto. No se retira: cambia de aires. Con 42 años y después de 20 en Massachusetts. ¿Y ahora? Todo apunta a Tampa Bay Buccaneers con alguna opción para Los Angeles Chargers.
La NFL, que está en pleno mercado con las oficinas abiertas pese a la crisis del coronavirus (el inicio de temporada está fijado para el 10 de septiembre), entró en estado de shock con una de las noticias más trascendentales de su historia. Acaba una época, la de los Patriots que han ganado seis Super Bowl con Brady como quarterback y Bill Belichick como implacable estratega. Y con un dueño como Robert Kraft que se despidió así de su ya exjugador: “No quería que esto acabara así pero después de 20 años con nosotros se ha ganado el derecho de hacer lo que le crea mejor para los suyos. Le quiero como a un hijo“.
Kraft, el propietario de la franquicia de Boston, suele contar que en 2000, después de draftear a Brady en sexta ronda del dradt (número 199) se reunió con él en el parking de unos Patriots que estaban iniciando la pretemporada. Y el larguirucho y por entonces poco conocido quarterback de San Mateo, californiano criado en las calderas de la Universidad de Michigan, le dijo esto mientras mordisqueaba un trozo de pizza: “Elegirme ha sido la mejor decisión que jamás ha tomado esta franquicia“. Para algunos la historia no es del todo cierta, o se ha ido novelizando con los años, pero el hecho es que juntos, Kraft, Belichick y Brady construyeron el imperio de los mil años, un equipo de apariencia invencible, una constante en una liga ultra exigente y en la que cuesta sostener proyectos más allá del cortísimo plazo.
Brady nunca había probado como agente libre y ahora lo hará. Donde vaya, irán todos los focos. Su rendimiento la pasada temporada, que comenzó con 41 años, ya fue inferior a su extraordinaria norma, pero incluso así sus Patriots firmaron un balance de 12-4 antes de estrellarse en playoffs, en su campo ante los Titans.
Brady, el mejor quarterback de la historia para muchos, tiene el récord de partidos (41) y victorias (30) en la lucha por el título, seis anillos de campeón y la mejor marca tanto de yardas como de touchdowns de pase si se suma fase regular y playoffs. Con un gobierno tiránico de su División, la AFC Este que ha ganado 16 veces, nunca ha cerrado una temporada con balance negativo desde que se convirtió en titular en su segunda temporada (2001), antes de lo previsto por cualquiera y gracias a que Mo Lewis, de los Jets de Nueva York, lesionó al quarterback titular de los Patriots, Drew Bledsoe. En un puñado de partidos, Brady pasó de ser visto como un parche a ser considerado primero como un muy buen jugador y, pronto, como uno absolutamente especial.
Único quarterback con 200 victorias en Regular Season, su llegada a Boston en 2000 es considerada tan importante para una ciudad donde el deporte es religión como las de Red Willams a los Red Sox (1939), Bobby Orr a los Bruins (1966) y, claro, Larry Bird a los Celtics (1979). Brady es una leyenda, el jugador que personifica la dictadura de los Patriots en la NFL, una era que se cierra. Y ahora también el que apuesta por una última galopada con un casco distinto al de los patriotas que se ha puesto las dos últimas décadas. Lo único que será igual de difícil que acostumbrarse a ello será apartar la mirada ni siquiera un solo instante.